Cuando
observamos a Manuel Neuer de mediocentro o a Ederson Moraes iniciar un ataque
con un pase de sesenta metros, el fútbol se maravilla de su desarrollo táctico.
Se habla de una nueva exigencia bajo los tres palos, pero décadas antes de que
Europa lo codificara, un hombre en
Argentina ya había reescrito todos los libros, desafiando la lógica y la
gravedad con una audacia que le ganaría un apodo para siempre.
Argentina tiene grandes deportistas, y uno de los más icónicos del
fútbol era Hugo Orlando Gatti, quien más que un portero era un jugador de campo que usaba las manos
solo cuando era necesario. Su llegada en los años 60 y su consagración en
los 70 cambiarían la forma de arquear tal y como la conocemos.
Anteriormente,
el portero vivía anclado a la raya de gol, a la espera del disparo, pero Gatti
pensó que era aburrido e ineficiente. Él
concebía el fútbol como un show en el que participaba. Por lo tanto, los
partidos se volvían un torbellino de situaciones inesperadas que hoy serían el
epicentro de las apuestas en directo por la volatilidad y emoción
inmediata que generaba. Salía jugando desde corto con una mano, hacía de líbero
fuera del área y regateaba a los delanteros rivales con sangre fría como para
congelar los corazones de su propia afición.
Excentricidad
para algunos, lectura de juego para otros, pero sea como sea, Gatti se anticipó
a su época al saber que un arquero
adelantado anula la pelota profunda del adversario.
Como
último hombre libre, le dejaba jugar más lejos del arco a su defensa, achicando espacios y presionando lejos del
arco. Esta innovación táctica fue clave para el Boca Juniors del Toto Lorenzo que conquistó América y el
mundo. Su habilidad para leer la jugada antes de que ocurriera le hacía
anticiparse al delantero y llegar antes al balón, revolucionando la geometría
defensiva de sus equipos.
Gatti patentó "La de Dios", una forma de atajar el mano a
mano, arrodillándose y abriendo brazos y piernas para cubrir la mayor extensión
posible y forzar al atacante a definir con exactitud milimétrica. Esta técnica
aún se enseña en las escuelas de fútbol de todo el mundo.
Gatti
captó antes que nadie que el fútbol también era espectáculo, y esto se deja ver con su estilo
inconfundible: pelo largo atado con una vincha, bermudas en vez de
pantalones cortos y remeras de colores.
Era un
hombre magnético que hablaba con la grada, y especialmente con los oponentes,
pues, en las tandas de penales, hacía guerra psicológica antes de que eso fuera
algo normal. Les decía a los pateadores, gesticulaba, retrasaba el juego, los
sacaba de ritmo.
La final
de la Libertadores 1977 ante Cruzeiro es el caso ideal porque en la definición
por penales, atajó el de Vanderley y le dio a Boca su primera copa
continental.
Esa noche su intuición y su juego mental
fueron tan cruciales como su habilidad atlética. Estas acciones consagradas
son las que forjan la mística de los ídolos de Boca Juniors y agrandan la
historia.
Sin lugar
a dudas, el pasado y el presente están entrelazados, y en este caso, lo podemos
ver cuando los arqueros chamuyan antes de un penal, bailan después de una
atajada o se adueñan del área con una personalidad única. Cada vez que esto sucede, vemos el ADN de Gatti en su máxima
expresión.