Descubren en San Pedro una flor de 1.000 años

Es el primer registro para el Holoceno de Argentina. Se espera que brinde datos de la flora de la región durante la llamada “Edad Media” La flor de una planta que habitó la zona norte de la provincia de Buenos Aires hace unos 1.000 años, fue descubierta en los últimos días por un equipo del Museo Paleontológico de San Pedro.

El impacto del glifosato en los humedales del Delta, en un informe de Cecilia Draghi para la UBA

Aprendelta: “Maldito pantano II”


Hoy, la laguna Grande de Otamendi y otros espejos de agua son vigilados las 24 horas. Cada cinco minutos, sensores meteorológicos y ambientales situados en boyas de diseño nacional envían información en tiempo real a un servidor del Proyecto Argentino de Monitoreo y Prospección de Ambientes Acuáticos (PAMPA 2), a cargo del Conicet.

“Datos en vivo de la temperatura del aire y del agua, vientos, nivel hidrométrico, conductividad, sólidos suspendidos, entre otros, son registrados por sensores meteorológicos y ambientales ubicados en seis boyas en cinco lagunas de la Región Chacopampeana. El objetivo es monitorear a largo plazo los cuerpos de agua, que son muy buenos registradores de las modificaciones climáticas en general”, precisa Irina Izaguirre, coordinadora del nodo Exactas de esta iniciativa en la que participan siete instituciones nacionales.
Al ser sensibles a los efectos del clima, estos ecosistemas sirven como centinelas a nivel científico. “La Red GLEON (Global Lake Ecological Observatory Network) monitorea lagos de todo el mundo en forma continua desde hace tiempo, y el proyecto PAMPA 2 estará integrado dentro de esta red internacional”, anticipa Izaguirre, directora del Departamento de Ecología, Genética y Evolución, profesora de Limnología en Exactas e investigadora del CONICET.
No sólo cuentan con esta información continua y estandarizada, registrada por los sensores, sino que una vez al mes los científicos recogen muestras de agua en esas lagunas y luego las analizan en el laboratorio. “Se toman muestras de fitoplancton y de zooplancton, y se realizan estudios fisicoquímicos de nutrientes, clorofila y carbono orgánico disuelto, entre otros”, puntualiza Izaguirre desde el laboratorio de Limnología. Allí también, escritorio por medio, Haydeé Pizarro, profesora de Ecología y Desarrollo en Exactas e investigadora del CONICET, estudia cómo afectan a estos cursos de agua ciertas actividades humanas. “En particular –puntualiza–, estoy trabajando en el efecto del glifosato, el herbicida más usado en el mundo para el cultivo de algunos granos, que a veces de forma intencional o accidental llega a estos cuerpos de agua y afecta su calidad”.
En los sistemas naturales Pizarro toma muestras, pero también ha creado sus propias “lagunas” artificiales en la porteña Ciudad Universitaria para hacer ensayos experimentales. ¿Qué impacto genera el glifosato? “Produce un enorme deterioro de la calidad del agua, pues aumenta muchísimo el fósforo”, subraya, y enseguida ejemplifica: “Muchas especies mueren, y otras se desarrollan mucho más, como algunas cianobacterias, que suelen aparecer en situaciones extremas o en cuestiones relacionadas con la contaminación. Estas cianobacterias se expanden más, y a la vez, pueden usar el glifosato como fuente de fósforo para su desarrollo”.

Una relación difícil
Desde hace milenios, el hombre viene haciendo uso de los humedales. Y el vínculo con estos sistemas ha tenido no pocas idas y vueltas. En ocasiones, aprovechó equilibradamente sus beneficios, otras veces los combatió, transformó o devastó. “Por ejemplo, se estima que en los EE.UU. se perdieron más de un 50% (87 millones de hectáreas) de sus humedales originales; los porcentajes podrían ser iguales o mayores para otros países”, grafica un informe oficial argentino. El delta del Mississippi, en Norteamérica, es un ejemplo de destrucción que siempre se muestra como caso testigo de lo que no se debe hacer. “Allí se llegó al extremo de eliminar la mayor parte de la llanura aluvial del río debido a los endicamientos realizados. Además, se construyeron muchas represas que obstaculizaron el paso de los sedimentos, con el consiguiente impacto sobre la dinámica de formación de islas en su delta. El deterioro económico, ecológico y social es tal que hoy la población pide su restauración”, observa Quintana, quien destaca la importancia de tener este modelo en cuenta para no afectar el Delta del Paraná. “La hidrovía, que implicó el dragado y rectificación de algunos tramos del río, aceleró la erosión de los albardones de las islas”, plantea.
Los humedales no son sistemas acuáticos, ni terrestres. Y esto ha costado entenderlo. “Suele creerse –sugiere Bó– que todo ambiente inundable es poco productivo, malo para la gente y hay que transformarlo. El principal problema que tenemos en la Argentina es que se compara a los humedales con los ambientes pampeanos y se los quiere homologar con ellos. Al convertirlo en un sistema terrestre se pierden las funciones del humedal”. Por ejemplo, si el Delta se aceptara tal como es, a todos nos iría mejor. “En el Paraná todos los años, en algún momento, el agua crece y, gracias a ello, es que se puede pescar mucho y bien. Cuando baja, se puede, por ejemplo, llevar vacas a engordar, aprovechando los nutrientes que ha traído el río y la alta productividad vegetal generada. Pero habría que hacerlo sólo entonces, y no necesariamente pretender que los animales pastoreen todo el año. Si se endica y no se permite el ingreso del agua en determinados momentos del año, poco a poco se perderá la fertilidad natural del suelo”, señala Bó. Esta costumbre de trastocar los humedales viene de lejos, cuando su mala fama ayudaba a pretender llevarlos a “buen terreno”. “Los humedales fueron lugares marginales, asociados con mosquitos y pestes. Eran considerados zonas que se debían drenar para así convertirlos en áreas productivas a imagen y semejanza de las tierras agrícolas terrestres. De este modo se eliminan todos los bienes y servicios que de por sí brindan”, agrega Quintana, investigador del CONICET.
La lista de sus funciones es larguísima. Los humedales sirven como primera línea de defensa contra las tormentas, reducen el impacto de las olas; retienen sedimentos y nutrientes; mitigan los efectos del cambio climático. Algunas plantas de estos ecosistemas como Eichhornia spp. (jacinto de agua), Lemna spp. (lenteja de agua) y Azolla sp. (helecho de agua) son capaces de absorber y ”almacenar” metales pesados, como el hierro y el cobre, contenidos en las aguas residuales, según un documento de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
“Son –enumeran los especialistas– sitios de reserva y purificación de agua, amortiguan inundaciones, constituyen sumideros de carbono, numerosos peces los utilizan para cumplir allí parte del ciclo de su reproducción, además de ser el hábitat de distintas especies de aves”.
De hecho, la Convención Ramsar* –por el nombre de la ciudad iraní donde se firmó en 1971–, “nació por la preocupación de aquellos científicos y naturalistas estudiosos de aves acuáticas, incluyendo a los cazadores de patos, que veían que los humedales estaban siendo degradados y disminuían así sus trofeos de caza. A lo largo de los años esta concepción tuvo un vuelco y hoy se pretende preservarlos por su importancia ecológica, social y económica”, remarca Quintana.

Próximos pasos
“La Convención sobre los Humedales (Ramsar) promueve la realización de inventarios, los cuales brindan información de base para conocer cómo funcionan estos ecosistemas y cuál es su estado de conservación”, especifica Laura Benzaquen, del Grupo de Trabajo de Recursos Acuáticos de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.
En este sentido, Quintana resalta que “el primer mapa de regionalización –recientemente finalizado y a presentar en la Convención Ramsar– es una herramienta de gestión importante para ir al segundo paso, que es el inventario nacional de humedales”.
Por su parte, el científico Bó afirma: “Por suerte, hoy el tema de los humedales es más reconocido y más valorado que antes. Ahora se discute en el Senado de la Nación una propuesta de ley de presupuestos mínimos para su conservación. Esa ley tiene que ver con planificar y ordenar estos ecosistemas, y para ello se debe saber qué se tiene, cómo se lo tiene y dónde está”.
Dos legisladores nacionales de distintas corrientes políticas solicitaron a los científicos asesoramiento técnico para la elaboración de sendos proyectos. Uno es de la senadora Elsa Ruiz Díaz, del Frente para la Victoria, y el otro es del senador socialista Rubén Giustiniani. “Según pensamos, estas dos iniciativas se convertirán en una sola ley”, asevera Bó, uno de los especialistas consultados, al igual que Quintana, quien agrega: “Ambos proyectos proponen presupuestos mínimos, es decir, las consideraciones mínimas que todas las provincias deberían acordar para la preservación y el uso sustentable de los humedales. No sólo señala la cantidad de superficie a conservar sino también la forma para hacerlo, incluyendo medidas de manejo y restauración”.
Este marco legal, similar en la filosofía al de la ley de Glaciares o de Bosques, según Quintana, “es importante porque, ante un avance en la destrucción de un humedal, permite al ciudadano común hacer una presentación judicial basándose en los presupuestos mínimos”.
Olvidados, ignorados, combatidos, detestados, admirados, transformados, destruidos, codiciados, revalorizados; los humedales están vivos y cada vez más presentes en la agenda del mundo y de la Argentina. Se hicieron oír, aunque no hablan. Ocupan más lugar, a pesar de que algunos han desaparecido. Es que su historia dice más acerca de la humanidad que de ellos. Todo lo que la ciencia pueda descifrar de estos ecosistemas es poco; al lado de todo lo que los humedales revelan de nosotros mismos.

* “Las extensiones de marismas, pantanos y turberas, o superficies cubiertas de agua, sean éstas de régimen natural o artificial, permanentes o temporales, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas, incluidas las extensiones de agua marina cuya profundidad en marea baja no exceda de seis metros”. Así define al humedal la Convención Internacional de Ramsar, un tratado intergubernamental para preservar estos ecosistemas, que presenta el siguiente balance:
• Países contratantes: 168 (entre ellos, la Argentina desde el año 1992),
• Sitios designados en todo el planeta: 2.161 (21 de ellos están en nuestro país),
• Superficie total de humedales: 205.682.155 hectáreas del planeta (5.382.521 hectáreas están en la Argentina).
Fuente: Página oficial de la convención Ramsar. http://www.ramsar.org/cda/es/ramsar-about-parties-parties/main/ramsar/1-36-123%5E23808_4000_2_ Datada el 9/9/13.

Fotos: Rodrigo Sinistro (Boya en la laguna de Otamendi con sensores meteorológicos y ambientales que envían información en tiempo real a un servidor del Proyecto Argentino de Monitoreo y Prospección de Ambientes Acuáticos) y Rubén Quintana (Paisaje del Bajo Delta; Foto aérea del Bajo Delta del Río Paraná – Isla Nutria).

Artículo extraído de la REVISTA EXACTAMENTE (FECEyN - UBA) - Año 20 | Nº 54 - Diciembre 2013.

Escrito por: Cecilia Draghi - cdraghi@de.fcen.uba.ar